La tectónica del contraste: Piedra vs. Acero.
El reto principal fue orientar la casa para ganar privacidad sin perder las corrientes de viento. La solución está en la fachada: un filtro vertical de acero negro que actúa como una segunda piel. Este elemento no es decorativo; fragmenta la luz solar del poniente (la más agresiva) y rompe las visuales desde la calle, permitiendo que las habitaciones de planta alta tengan ventanales de piso a techo que permanecen abiertos, capturando la brisa pero bloqueando el calor.
Contrastamos esta ligereza metálica con un basamento de piedra brasa oscura. Este material, extraído de la región, aporta inercia térmica (retrasando la entrada del calor al interior) y ancla visualmente la casa al terreno, dándole una sensación de permanencia y fuerza tectónica que envejece con dignidad.
Habitar entre el jardín y la sombra.
La vida de los dueños sucede en la transición. La planta baja se diseñó como un plano libre que borra los límites: la cocina y la sala no terminan en el muro, sino en el borde de la alberca.
El diseño del paisaje no es un añadido, es funcional: la vegetación y el agua generan un microclima húmedo que enfría el aire antes de que cruce la estancia mediante ventilación cruzada.
Los recorridos interiores son limpios, con remates visuales en madera natural que aportan calidez táctil. Es una casa pensada para caminar descalzo, para abrir todas las puertas y dejar que el aire de la tarde inunde el espacio social.